Crónica escatológica
Resulta ser que el quía ambiguo mereció el título de chuchi. Después de tanta ambigüedad se asentó y pasó a ser cristalino, límpido al punto de mandarse una declaración a lo clásico, porque decidió hacer las cosas bien. Que más se puede pedir. Pasado el estupor y luego la suspicacia llegó el miedo a que la antena de radio de la ciudad cayera sobre mi cabeza. Entiéndase…Tantos meses remando en polenta fría, cuando de repente las puertas del santuario se abren ante tu llegada y vos pensás:
– ¿Estará todo bien? ¿Es normal que ahora todo salga fácil?
Tan acostumbrada estaba a que todo fuera difícil y complicado que de repente la sencillez era sospechosa. Llega un momento en la relación en que ya pasaste todas las etapas: de ser la historia de una noche, después la amiga con derechos, luego la historieta sin perspectivas pero que gusta, la mina con la que sale, pero sin cerrarse a otras posibilidades, cuando por fin y atravesando todo esto llegaste al podio con el título oficial de novia (sí señor, ni yo me lo creía) da como cosita…
-Si querés nos peleamos un poco, contestó, provocando mi risa.
Así que comenzamos la denostada tarea de amoldarnos el uno al otro. Empieza todo el tema de la convivencia y ahí, madre mía. Por ejemplo, cepillarse los dientes uno al lado del otro lanzando el escupitajo al unísono en la pileta del baño, mirarse a la mañana con (amor, si) pero los pelos erizados, acostumbrarse a que lo que el otro desayuna vos ni en pedo lo tragarías a esa hora, etc. Hay un tema de arranque, con el lado de la cama. Al comienzo, un día le dije,
-Dejáme pasar de mi lado de la cama.
Para que, el ataque de pánico que lo sumergió fue inatajable,
-No hay lado de cama, esta es toda mi cama, toda, toda MI camaaaa.
Seis discusiones más tarde, me deja mis cosas en la mesita de la izquierda (ante la duda siempre a la izquierda…).
Llega el momento de lo impresentable. Y sí. ¿Viste cuando estás en el principio y pasaron un acuerdo explícito de que pedos en la cama no? Por favor. Obvio. Qué asco, puajjj.
Pero bueno, uno es humano también y en algún momento le sucede. Entonces la mezquindad está en desear que le suceda primero al otro. Porque el primero que cede pierde, ¿viste? Ponele que vos venís aguantando después de una cazuela de lentejas y en medio de una frase rajás al baño como una exhalación. O bueno, algo así, parecido. El pudor dicta que tires unas tres veces la cadena y salgas disimulando diciendo que tardaste tanto porque se había trabado el botón. Zafaste, por esta vez.
Ponele que otra vez estás en el piso inferior y la otra persona en el piso superior, entonces decís, esto es manejable, largamos el petardo despacito y nadie se entera…Pero no, el muy traidor era una bomba de Hiroshima con ruido de metralleta, y ahí se te fue la princesa a la mierda, precisamente. Vos para disimular cantas el aria de la Caballería Rusticana (¿el Llanero Solitario, ubican?) mientras abrís la ventana agitando con un diario para apurar la dispersión del gas mostaza. Subís, cagada en las patas, o casi, de que la historia haya llegado a su fin por tan poco y lo encontrás escuchando ACDC a todo volumen. Uf.
Una noche, el otro, enfermo, o descompuesto, o dormido, o simplemente humano cede en la dicotomía de lo protocolar contra lo cotidiano. Compungido, pide disculpas. Vos radiante, en un gesto de superior generosidad magnánima y disimulando apenas tu satisfacción victoriosa decís:
-No es nada, pasa….
Esto agradeciendo a todos los santos que no se enterara de los otros episodios en que tu aura de pura femineidad se había tornado algo olorosa, digo azarosa.
Y si, todavía tenemos prejuicios, che, para que negarlo. Las mujeres iremos al frente, seremos trolas si se nos da la gana, pero el glamour y a elegancia, mi querida, no se pierde nunca. Otra que la Chiqui Legrand.
