Carnaval macabro
Malena camina, pensativa. ¿De dónde sacaran la plata para hacerse el traje nuevo? Se acerca carnaval y el traje anterior no da para más. En la última inundación se lo llevó el agua. Ella piensa y piensa. Sin traje no pueden salir. La levita, la galera, los guantes, las zapatillas, más la decoración, es medio mes de sueldo de la panadería donde trabaja, y si le agrega flecos y manda a coser los apliques, otro tanto. Ella y el Tano querían salir con la murga, pero este año estuvo muy difícil. Llovió seguido y la callecita se inundó varias veces.
Y entonces, recuerda, que está el Fisu, que vende falopa en el barrio. Sale del trabajo lo encuentra al Tano que la está esperando. Juntos, de la mano, pasan por la esquina donde está siempre el Fisu. Lo encuentran parado, fumando, las manos en los bolsillos de su jogging.
– Que hacés morocha, nunca venís por acá. Malena saluda y se queda más atrás. ¿Qué onda, Tano?
-Hola, dice el Tano, tengo un problema y pensé que me podías ayudar. Necesito plata para los trajes mío y de Malena.
– ¿Que me viste, cara de banco?
-Dale, Fisu, el mes que viene cobramos y te lo devolvemos.
El Fisu piensa, detrás de la humareda, y Malena cuenta mentalmente los segundos. Luego se acerca al Tano y le dice:
-Está bien, porque mi mamá te adoraba, Dios la tenga en la gloria, pero no me boludeés pendejo, ¿eh?
El Fisu agarra un rollo de billetes y se los da a Malena que los guarda rápidamente. Los dos se alejan por la sombra, mientras oyen el eco de la voz del Fisu:
-No me boludeés, pendejo, ¿eh?
La medianoche de febrero, el calor y la humedad, envuelven el barrio. Malena avanza sobre el empedrado de la avenida a la altura de la vía, oyendo el runrún de los preparativos del barrio que se prepara para el corso. Se va hacia la avenida. Los puestos de choripán y espuma ya están armados y vendiendo hace rato.
Se ven los micros escolares blancos y naranjas que llevan alumnos de primaria todo el año y trabajan en febrero llevando las murgas a uno u otro corso. Bajan los murgueros, con su aire majestuoso, con su paso danzarín calzado en toppers blancas. Sus trajes multicolores, cargados de flecos y apliques brillan en la noche, así como el givré que forma una máscara centelleante alrededor de sus ojos.
La murga de Malena baja del micro. Ella lleva su levita nueva tapada de apliques, con su pantalón cubierto de flecos rutilantes, los guantes blanquísimos, la galera adornada con cristales y una magnífica pluma de avestruz que gira sola en el aire de la noche.
Malena mira a las murgas visitantes que vienen de otros barrios a hacer su presentación. Las conoce todas, y las reconoce por su estandarte o los colores de sus trajes. Saca su celular y se fija si tiene mensaje del Tano. Todavía nada. Malena se acomoda en la baranda esperando a que la murga siguiente inicie su desfile de entrada. Después de esta les toca a ellos. La gente se agrupa al borde de las vallas blancas de caño.
Ni bien arrancan los bombos siente una presión de algo punzante en el costado y el aliento en su oído demasiado cerca.
-No te muevas o te ensarto. ¿Dónde está el Tano? La voz es ronca y huele a vino barato.
-No sé, dice Malena, inmóvil del susto. ¿Qué pasa?
-Pasa que me debe plata, le contesta la voz y la presión aumenta. Malena mira desesperadamente a los murgueros que están concentrados en su desfile. Los segundos se le hacen eternos. Entonces lo ve, el Tano la busca entre la gente detrás de las vallas de la mano de enfrente. Ella va siguiendo su caminar tratando de disimular mientras sigue la amenaza.
– Más vale que venga rápido a buscarte o se queda viudo.
Malena retiene la respiración cuando su mirada cruza la del Tano. El reconoce al Fisu que la está sujetando y empieza a zigzaguear entre la gente para pasar al lado que está ella.
La gente, alegre, aplaude a los murgueros que hacen su matanza; de a dos o de a tres pasan en el centro del círculo formado por todos los bailarines y realizan sus mejores pasos. El Tano llega hasta donde está Malena y tironea del atacante:
-Soltála! Le dice. El ritmo de los bombos se hace frenético y todos los ojos están fijos en el centro del círculo. Se trenzan los dos en un forcejeo y el Fisu cae con un suspiro, aflojando los brazos, el cuchillo clavado en el costado izquierdo. El Tano rápidamente lo empuja hacia un zaguán y agarra a Malena de la mano.
– ¡Estás loca! Le dice El Tano, ¿cómo lo clavaste así? Y la lleva de la mano lejos del corso.
-Me amenazó, dice Malena sin dejar de caminar agitadamente.
-Ahora nos van a venir a buscar, le dice él, sin dejar de caminar por la avenida.
-A vos te van a venir a buscar, que le debías plata. Yo tengo una salida, y no me la voy a perder.
-¿Pero y el Fisu?
-Dejálo ahí que reviente como un perro.
El Tano y Malena lo empujan por el pasillo de un pH.
De repente, Malena ve un nene de unos ocho años que la mira fijamente. Él tiene la mano de su padre que está mirando el espectáculo. Malena le dice al Tano, señalándolo con el mentón:
-Tenemos que deshacernos de él, nos vio. El Tano la sigue como hipnotizado. Malena y el Tano caminan entre la gente para acercarse al nene, cuando una mano en el hombro de Malena los detiene. Es el Tordo, el director de la murga.
-¿Qué te pasa, chiquita, que tenés cara de susto? Andá a formar, y vos Tano, andá con los bombos.
Malena se da la vuelta y se va, pero el Tano se queda con el Tordo. Su levita recargada de apliques, su galera con sus plumas impecables, su metro noventa, y su faja de bandera argentina
imponen respeto. El Tano le habla cerca del oído, en medio del bochinche de la retirada:
-Tordo, Malena está mal de la cabeza, acaba de despachar al Fisu como si fuera un chancho.
-Donde, pregunta el Tordo sin demasiada sorpresa, pero muy serio.
-Allá en esa puerta blanca, le dice el Tano. El Tordo le pone la mano en el hombro:
-Andá a formarte que de eso me encargo yo.
Se oye la voz del presentador que anuncia la actuación de la murga. Las mascotas están alrededor del estandarte, esperando a empezar. Los chicos ya están formados, vienen atrás las muchachas y muchachos de 12 a 18, luego las mujeres, los murgueros libres, y los bombos. El Tano ya tiene colgado el bombo y está listo para tocar. Se le acerca el Tordo y le dice al oído:
-Ya está resuelto, todo en orden.
– ¿Y el Fisu?
-No está más, contesta el Tordo entre dientes.
– ¿Y qué hacemos con Malena?
-No está más tampoco.
– ¿Como? ¿Qué hiciste?
-Lo que había que hacer, dale que arranca, y la murga no puede perderse esta salida. Vos a lo tuyo, calladito y por la sombra, acá no ha pasado nada.
El Tordo se va bajo las lucecitas a ubicarse en su lugar, mientras la murga se prepara a salir a la cancha.