La paradoja de Lilith, María y Eva
En mi vida de todos los días, suelo oscilar entre una perplejidad muda o una determinación arrolladora. ¿Y cuál es el elemento disparador que hace pasar de un estado a otro? En mi caso una forma de exasperación.
Cuantas veces me han mirado con extrañeza cuando anuncio que quiero cambiar (¿otra vez?) de trabajo, porque si bien un salario es necesario para cubrir mis necesidades y las de mis hijos a cargo (no concibo depender de nadie) me aburren soberanamente las tareas repetitivas y situaciones de las que no retiro ningún aprendizaje. He trabajado en todo tipo de entornos y en todos me desempeñé de la misma manera, con pasión cuando sentía que lo que estaba haciendo tenía una utilidad para los demás y espíritu de investigación cuando me encontraba en situación de aprender algo nuevo.
Cuando ninguna de las dos cosas se da, paso a activar en el sentido más simple hasta encontrar otra actividad. Y entonces caen los comentarios. Por ejemplo, me exaspera, no puedo explicarlo mejor, cuando me dicen que “para mi edad” estoy bien, o que “ya estoy hecha” porque fui madre o que “estoy realizada” porque tengo una licenciatura de la Sorbona. Que como voy a cambiar de trabajo si hace 5,7 10 años que hago lo mismo. (¡socorro!). O sea, me exaspera cuando me encuentro limitada por los moldes que deberíamos aceptar. Como voy a ser maternal y competitiva, divertida y agria, sensual e intelectual, y así sucesivamente. Eso tiene que ver como la sociedad contempla y define los modelos en los que debemos encajar, los arquetipos explicados por Jung.
Para la mujer, el arquetipo fundamental es el de la madre, cuidadosa, bondadosa, empática, contenedora, sacrificada, etc. Sin embargo, hay otros modelos en nuestra cultura occidental, al menos.
Así como los hombres tienen la Santísima Trinidad (al menos en lo que respecta al mundo católico) las mujeres tienen tres casilleros posibles:
Lilith, hecha del mismo barro que Adán, su igual, que no aceptó someterse a Adán, lo dejó y se fue del paraíso a copular con demonios y ver cien hijos suyos morir cada día, como maldición eterna por su osadía, eterna ramera infernal, condenada a solo gozar del desenfreno sexual sin nunca poder tener una familia.
El segundo modelo es Eva, que carga con la culpa del pecado original. ¿Cuál era este? El de querer saber, comer el fruto del árbol del conocimiento, es decir tomar sus propias decisiones con conocimiento de causa. Su castigo, vivir bajo el brazo de Adán, al lado de la costilla que le falta, completarlo en todo, amoldarse a todo lo que él requiera y parir con dolor, no sólo ella sino todas sus descendientes.
Finalmente, María. Ella da nacimiento al hijo de Dios sin placer carnal, ella que nunca pecó, fue humilde y esclava del señor y por supuesto obediente. Solo una mujer bendita entre todas las mujeres puede soportar tanto dolor de ver el sufrimiento de su hijo y no oponerse. Con eso se justifica su falta de deseo propio, es el arquetipo de la mujer despersonalizada y dócil cuyo único objetivo es preservar a quienes la rodean, su vida debe girar en torno sino de los seres que debe criar no a ella misma.
Es como una paradoja que nos encierra en uno de los tres modelos femeninos Lilith, Eva o María. Me parece totalmente reductor, limitante. No te achiques para caber. Frida Kahlo, tan de moda últimamente, encarnó perfectamente ese dilema de explorar todas sus facetas a fondo, de ser una y múltiple, amante, artista, empresaria, María sufrida con Diego, Eva curiosa y ávida intelectual y artísticamente y Lilith, libre de elegir distintos amantes tantos hombres como mujeres, jóvenes o mayores y pasando abortos repetidos. Ella fue transgresora de todos los roles a la vez. De hacer lo que le viniera en gana, y asumir perfectamente que eso traería consecuencias.
Confieso que desde que tengo memoria me encontré en situaciones donde me saltaba del molde dentro del cual se suponía que tenía que encajar. Sos una rompemoldes, me dijeron, como una maldición. Fundé familia, trabajé, y a la par de eso, siempre traté de desarrollar aficiones artísticas, como el canto, la escritura y el baile, aunque nunca los había visto como una fuente de ingresos posible para mí. Y es que los artistas familiares resultaban ser pésimos cuidadores, bohemios abandónicos, Lilith entusiastas de la ausencia en momentos álgidos, inconformistas de las responsabilidades, cosa que yo me negaba rotundamente a ser. Por lo tanto, fui una madre con parva de defectos, por supuesto, pero ultraresponsable en comparación con mis criadores. María dispuesta a (casi) todo por ellos, fui sin embargo criticada por necesitar algo más, algo de Eva en mi vida, una curiosidad innata por las cosas, hasta por el lado oscuro de Lilith que cada una lleva.
Así ando, con mucho de Eva, bastante de Lilith también, María un poco, depende del momento y la situación, y cada tanto, una toma el paso sobre la otra.
Ese equilibrio que nunca se alcanza entre las tres, ese trípode inestable que sostiene nuestra integridad de mujeres y que es el punto céntrico del triángulo, es muy difícil de encontrar y mucho más de mantener.
La paradoja es que la condenadísima trinidad femenina siempre conlleva la remisión en salirse de ella. Es decir que el contrasentido social culmina en esperar que una se achique para caber en uno sólo de esos tres moldes, porque si no molesta a la concepción limitada y limitante que la mayoría de las personas quieren encarnar.
La redención es renunciar a satisfacer esas expectativas reductoras e ir libre de caminar su propia senda, con caídas, con tropiezos, aceptando la responsabilidad de los errores y pagar la condena social por la autenticidad.