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Exilios e insilios

El exilio es una sensación. Una sensación de no-pertenencia.es como un desenfoque, uno se siente desenfocado o desorientado. Es una de las peores sensaciones que conocí, mucho peor que el miedo a secas.  Una vez en un ejercicio de psicodrama, me preguntaron por un evento traumático. Conteste el perderme en la calle.

El exiliado tiene su vivencia, el haber sido perseguido, el encontrar un país ajeno donde refugiarse, que tiene esa doble característica, el ser ajeno y refugio, y donde se cristaliza el ser que no se puede seguir siendo y el devenir tan difícil.

Pero para el hijo de exiliado es otra cosa. Yo soy la mayor de los nacidos en el exilio, nací en 1976, en Lonjgumeau, Massy. Había un hogar de refugiados en Massy muy importante, y ahí estaban mis padres. Desde antes de nacer, estuvimos marcados por la historia de la argentina.

Mi madre con 28 semanas de embarazo, se entera de la desaparición de mi hermano Marcelo Rodolfo Tello, ocurrida el 9 de marzo de 1976, pero que ella supo con la tardanza de las malas noticias en junio. Inmediatamente empezaron contracciones, hubo que internarla de urgencia, y aplicarle inyecciones para retrasar el parto. Nací el 27 de septiembre, mi madre casi se muere por una hemorragia que le dolía la vida y las muertes todo mezclado. Como no les entendieron, se equivocaron el factor sanguíneo que le aplicaron y casi se muere una segunda vez. Durante el primer mes mío de vida no estuvo conmigo, ya que yo estaba en neonatología, donde mi padre pasaba cada día a verme, y ella varios pisos más abajo, en terapia.  El me daba la mamadera, me cantaba, una hora diaria de contacto con tu padre es lo que tenía yo de cariño. El resto del tiempo enfermeras desconocidas. Con semejante desbarajuste mi padre me declaro al estado civil francés a mediados de octubre, y mi madre recién en noviembre, mes y medio de nacida yo.

Parece que era una bebé insomne, no podía dormir. Toda la vida tuve problemas de sueño, ansiedad que le dicen. A los 10 meses mi madre me lleva al doctor, porque se me ponía marmolada la piel de la espalda. El doctor me examina y le dice: usted tuvo un disgusto muy fuerte en la semana 28 a 30 de embarazo, ¿no?

Mi madre lo mira, pálida: -¿cómo sabe?

-Porque es la semana en que se desarrollan los pulmones, y esta nena tiene los pulmones frágiles. Esto fue confirmado por un examen torácico años más tarde. Diagnóstico: insuficiencia pulmonar leve.

Estas tragedias, sumadas a tantas, sirven para entender lo difícil que es transitar el exilio. Más allá de las cicatrices físicas, que evidencian el estrés, están las emocionales.

Yo fui a la escuela en Francia de 0 a 7 años. No me sentía rara, ya que vivía en Montmartre, barrio inmigrante si los hay, era una hija de refugiados, nacida en Francia, por lo tanto, francesa (en esa época), y tenía compañeritos nacidos en Francia, por lo tanto, franceses, de todos los orígenes étnicos imaginables. Pero en 1983 surgió la noticia de las elecciones. Mi madre, sin dudarlo en pocos meses deshizo la casa que tantos años le costó armar, vendió todo y nos vinimos a la plata. Llegamos el 11 de febrero de 1984. En marzo empecé a cursar 2do grado en la escuela 10 de la plata. Ahí me decían la franchute, y maestras como alumnos me pedían que les dijera algo en francés. Yo que me desesperaba por pasar desapercibida, por integrarme, siempre llamaba la atención. Es que no había retornados todavía, o tan poquitos.

Mi madre estaba abstraída por la vuelta. Si bien hizo lo que pudo estaba desorientada. Se olvidaba de levantarme para ir a la escuela, por lo que rápidamente le pedí que me pasara a tarde. En este caso, como era mi mamá era una reciente repatriada, el reencuentro con su casa, sus recuerdos, su gente, su historia acá, hacía que estuviera como absorta muchas veces. Recuerdo la época de los juicios, años 86 y 87. Yo volvía de mi escuela y muchas veces mi mamá no estaba. O la encontraba todavía en camisón a las 5 de la tarde con la cara deshecha por las lágrimas. Se olvidaba de hacerme la comida, y mis compañeros de escuela que todavía hoy son mis amigas recordaban como a las 12.50 me encontraban almorzando un bife a la pasada y medio tomate. Siempre.

En marzo de 1989 me operaron de adenoides y amígdalas, por unos días no se podía hablar ni comer nada que no sea blando, en esa época era así. Un día de la convalecencia me levanto y veo que no está. No sé a dónde fue, pero no había nada en la heladera para comer.  Mi madre solía mandarme a comprar a diario lo del día, y en esos días yo estaba en cama. Cuando llega pasadas las 13, yo había triturado un tomate solitario en la heladera vacía. Lo corté lo más chico que pude y lo estaba comiendo con toda la precaución del mundo.

Eso también es el exilio, tener que tomarse a cargo de muy chico, ya que nuestros padres son ajenos a nuestra situación. Ajenos porque están absortos o ajenos porque no nos entienden.

Nunca me aprendí la oración a la bandera, sin embargo hacia 6to grado empecé a afirmarme. Ahí quise sobresalir. Buscaba la atención que no tenía en casa, ya que mi mamá con sus duelos, y mi papá con su música y sus escritos. Me puse a estudiar con ahínco, por primera vez quería destacarme. Pasa el tiempo y un día miramos con Lorena Rebon, la abanderada del turno tarde, nuestros boletines.

-Pero como, me dice, ¿tenemos las mismas notas y no sos escolta? Entiéndanme, a esa edad había querido ser parte, entonces quería ser abanderada., siempre me habían recalcado lo buena estudiante que era, y yo quería alguna forma de reconocimiento.

Lorena Rebon, demostrando una grandeza de alma enorme para su edad, me dijo

-Vamos a ver a la directora. La directora se llamaba Marta Repetto, era la mujer de un exmilitar de la dictadura. Nos recibió con una sonrisa sardónica.

-No podés ser abanderada, me dijo, porque no tenés las mejores notas.

-como, le dijo Lorena, tiene mejores notas que yo, mire, y le mostramos los dos boletines., como no le quedaba más remedio, y con el mayor desprecio, me dijo

-no podés ser abanderada porque sos hija de apátridas.

Yo ni siquiera sabía lo que quería decir.  Eso también es el exilio, el desprecio. La discriminación. Por el color de piel o el tipo de pelo, por el acento o el lugar de nacimiento. ¡Ah! El tema de la nacionalidad. En Francia me decían:

-que sos? Como si fuera una cosa. Que esperaban que les conteste? Yo tenía un fenotipo que no podían identificar bien. Española? Árabe? Brasileña? La gente te pregunta que sos en vez de quien sos.  El quien es uno, también cuesta mucho definirlo.

Todos los años que vivimos en argentina de 1984 al 1991, tuve que ir, cada 3 meses a la comisaria de 12 y 60 a que me sellen mi pasaporte. Yo tenía mi inscripción consular, que tenía más validez que mi pasaporte. Era una sinpapeles. De hecho, no figuro en el registro de migraciones por esos años. Mi madre me decía

-pero vos sos francesa, naciste en Francia, tenés el pasaporte, estudiaste acá.

Sin embargo, tenia innumerables trabas cada vez que tenía que renovar mis papeles de identidad, he perdido viajes y boletos de avión porque me demoraban el pasaporte, no me lo entregaban en el plazo correspondiente. Una vez tuvo que intervenir Sophie Thonon, la abogada de los derechos humanos que intervino en el juicio a Pinochet en Francia, quien con mi carta electoral les refutó su cuestionamiento a mi nacionalidad. Casi me dejan apátrida, justamente.

Yo tuve papeles argentinos recién en 2007. Todavía me preguntan cuándo voy a pagar con débito porque tengo numeración baja.   Eso de tener que explicarse y contestar preguntas, pasa siempre.

Hay una distancia entre el hijo de exiliado y el exiliado. El exiliado, si se adapta al país de refugio lo idealiza, si no se adapta idealiza el de origen. El hijo de exiliado lo vive más pragmáticamente. Eso crea una incomprensión, donde el hijo de exiliado está solo. Además, muchas veces tiene que ser despierto y saber hacer los trámites que sus padres no pueden o quieren hacer.

Por lo tanto, te toca hacerte cargo de vos mismo muy rápido. Hay muchas instancias donde tus padres no quieren/pueden acompañarte. Para mi madre cada logro resaltaba las ausencias de mis hermanos. Mientras, yo tenía que seguir adelante.

Yo iba sola al dentista a los once años, a esa edad me levantaba sola a las 7 hs para ir a la escuela de danzas, a los actos escolares, recibí sola mi certificado de estudios primarios, recibí sola mi diploma de bachillerato, recibí sola mi diploma de licenciada. Eso te da una fortaleza, no hacés las cosas para demostrarle nada a nadie, pero también una inseguridad, siempre que saltás, saltás sin red, si te equivocás enfrentas solo las consecuencias. Y no podés parar, porque sos errante, entonces nunca alcanza, nunca es suficiente, nunca mereces el sosiego y el descanso. Porque si aro y me quedo quieta, en quietud, que pasa, ¿se cae el mundo? No sé, por las dudas no paraba. Durante años tenía jornadas de 20/24 horas, dormía apenas 4. Una especie de wonderwoman, hasta que me caí sola a pedacitos, y me reconstruí de cero. La resiliencia, también, viene en el combo, del lado de las cosas positivas, con la facilidad para los idiomas, la adaptabilidad, y un cierto don de gentes.

 Todas estas situaciones son las que crean una sensación de desenfoque, las cosas no están exactamente donde parecen estar. A mí, las situaciones de estrés se me manifiestan de una manera muy simple. Me pierdo. A la vuelta de mi casa, no importa, me perdí.  La gente se ríe, le resulta cómico que alguien se pierda en la manzana de su casa. Para mí es un problema, no un chiste. Es como un ataque de pánico sin pánico, pero con falta de norte. Una brújula mental desarreglada.

¿Me dirán porque no ir a terapia? Lo intente. 4 veces. No me sirvió. Los 4 profesionales que encontré tuvieron diversas reacciones:

Uno me dijo: ¡es un caso de escuela!

No quiero ser un caso de escuela, quiero resolver mi vida.

Otro me repetía “no entiendo” cada vez que empezaba una historia. Desde los detalles más nimios, tenía que explicar términos que utilizaba antes de llegar al meollo del asunto. 4 meses explicando cada palabra, me cansé, a ese paso iba a demorar años. Le dije: – no vengo más. Se puso a llorar. ¿Si se pone a llorar el terapeuta, que me queda para mí?

Otro me agredía, supuestamente una psicología asertiva lacaniana o algo así. Lo primero que dije es “por las malas no”. Es que ya recibí bastantes agresiones, entonces lo único que se consigue con esa actitud es que me hierva la sangre y me rebele más. O que me encierre en un mutismo absoluto. No me sirve como método de terapia.

Otra emitió un juicio de valor en nuestra primera entrevista: medio hippie lo tuyo, ¿no? No sé si buscaba complicidad o qué, pero yo era un mar de lágrimas, en ese momento la miré y la odié con todo mi ser. No volví mas.

Pero la quinta fue la vencida. Encontré mi terapeuta, Evelyn. Con ella trabajamos un montón, desde el respeto.

También probé otras cosas, coaching, bioneuroemocion. Me fue mejor. Se tratan cosas puntuales, porque la totalidad de estas experiencias es quizás complejo de resolver.

En un taller, me encontré con mi pareja.

-Vos pensás en sobreviviente, me dijo, cuando me conoció. Ya sobreviviste, me dijo, deja de pensar en sobreviviente.

Sentí que con una frase había calado más profundo que 4 psicólogos.

-y eso? ¿cómo sería? Pregunté.

-El sobreviviente tiene un pensamiento al día a día, hoy conseguí pescado crudo, lo cómo, ah hoy conseguí agua, y así.

Exactamente lo que siempre dije, que tenía pensamiento cortoplacista, que no me salía planificar. La falta de proyección. Que cuando tenía 20 años y mis compañeras francesas se metían en un crédito por su primera casa yo las miraba como diciendo ¿20 años? No sé dónde voy a estar en 5 años, imagínate. Mi hijo me reprocha que cada tanto se me da por mover todos los muebles de un lado a otro de la casa, que por suerte a mi otra hija le encanta, porque siempre cambia, porque contra la desidia, la apatía y la inercia hay que mover los muebles, o cambiar de trabajo (ningún trabajo me duro más de 5 años, y los que sí, fue porque tuve jefes que me comprendieron y me cambiaban de tareas cada 6 meses o 1 año), moverse, la vida es movimiento. Otra forma de no parar…

-Llega un momento en que ya pasaste el naufragio, tenés que aceptar que ya está, se terminó la emergencia, ya podés establecerte y pensar hacia el futuro. Dejá de correr sin saber a dónde vas. Me partió al medio. Así que dije a este lo quiero cerquita, en 2016.

Eso estoy haciendo, porque la resiliencia es tomar conciencia de quien, no que, es uno, de lo que vivió y lo enriqueció en experiencia y transformarlo en algo más. Yo encontré eso en la educación de adultos, algo donde lo vivido toma otra significancia, es útil y positivo y por lo tanto sanador. Aprendí a planificar que voy a hacer por los próximos diez años, que proyectos quiero realizar, que sueños transformar en metas.

Solo ahora se puede decir, que después de 23 años en Francia y 20 en argentina, me reivindico como hija del exilio, como parte de una historia general y particular, y como portadora de una experiencia a compartir.

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