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Crónica señorial

Dicen que llegados los cuarenta una encuentra el equilibrio. ¿El equilibrio de qué? El que uno tiene antes de caer, si, dicen los negativos, antes de la desidia y la decadencia hay una veteranía que comienza el día en que no hay más remedio que aceptar que te digan «señora».

El caso es que no viene en cajita de cartón ni en tirita de comprimidos, el equilibrio. Uno lo va logrando a los tumbos, justamente. Por más yoga, iluminación budista, cristiana u otra, artes esotéricas o lo que fuera, llega cuando logramos que alma corazón y tripas no se lleven a las patadas.

En estas reflexiones filosófico-postmodernas estaba yo (se llaman pelotudeces, en criollo) cuando mi amiga Sol, con s de sensual y no de serpiente me cuenta de su quía.

Resulta que este tenía la pútrida manía de llamarla cuando se encontraba trasnochado y embebido en alcohol. O sea, saliendo del boliche y en pedo. Imagínense a las seis-siete de la mañana del domingo, Sol durmiendo el sueño de los justos y le suena el WhatsApp con mensajes incomprensibles, enigmáticos, algo quejosos o directamente llorones. Pedorrísimo, el tipo, ¿no? Le cagaba la fiaca del domingo porque la dejaba envenenadísima.

Yo creo que en su lugar le tiro un baldazo de agua sucia desde el piso 17, o la cajita con la arena del gato (usada, obvio).

Mi amiga, cuidadosa de su dignidad señorial estaba recontra harta que el pelotudo pedorro este, además de cagón fuera grosero y desubicado. Le hacía reflexiones varias, más o menos directas que el quía pedorro no cazaba, claro.

Como para convento ya estuvo 17 años casada, Sol se consolaba con un quía nacido en las tórridas tierras de África.

Cómo explicarles, la antítesis del otro. Lo que el primero tenía de rubio el otro de moreno, lo que uno de chanta canchero, el otro de humilde (hablando cinco idiomas y estudiando su segunda carrera universitaria) lo que uno de histérico, el otro de sencillo, lo que uno de bien equipado, el otro también (como dije antes, no es tonta).

El quid de la cuestión es que el corazón no se manda y el quía pedorro hace una eternidad que se robó el de mi amiga. Todas opinábamos, porque nuestra manera de demostrar interés es opinando pavadas sobre la vida de los demás, así le decíamos que fuera al gimnasio, que se tiñera el pelo, que saliera más, que saliera menos, que comiera macro biótico, que consultara un psicólogo/astrólogo/ginecólogo, que se fuera de viaje etc.

Un día, que el quía pedorro hizo su jueguito de siempre, la agarró en una mala luna de ella. Ella cazó el portero eléctrico, lo reputeó de arriba abajo, lo mando a freír churros, a ordeñar a la cabra Asunción, se acordó de su mamá y todas sus ancestras de las últimas seis generaciones. Se dió media vuelta, volvió a su cama donde por fin pudo dormir tranquila y feliz.

No se sabe más nada del quía pedorro, che, pero mi amiga, está radiante, eso es equilibrio emocional, je.

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