Crónica fitness
La vida es injusta. No se puede tener todo. Una, después de tantos malos ratos es feliz con su chuchi, viene piloteando el tema laboral, las hijas bien, el hijo un desastre, pero ya aprendiste a que te resbale, todo más o menos en su sitio, ¿viste? Y con la calma vienen los kilos.
Tu amorcito te mira de reojo y te dice, ¿vamos a correr un poco? y vos no entendés la sutilísima indirecta. Vos te resistís a abandonar la auto indulgencia hasta que llega la cruel realidad. El lompa no te queda. Agarrás uno de un talle superior, tampoco. Ni hablar de lo que te ponías en el verano, ¿eh? Eso no te entra ni en una sola pierna. Joder.
Vas a ver a la maldita. La pispeás de lejos, te le acercas modosita como para que no te pegue muy fuerte, y te le subís de una rezando en voz baja.
Veredicto de la balanza: 10% del peso en dos meses. Que lo tiró, la buena vida, dicen, como para que te conformes.
¿Entonces qué hago? ¿Cambio todo el guardarropa por uno talle ballenato?
Ponele que después de un examen de conciencia y de centímetros, decidís ponerte las pilas. Empezás por reducir cantidades a porciones normales, entonces los chicos te dicen:
-mami, te preparo el desayuno?
-sí, té con dos tostadas.
– ¿dos, mami?
Y claro, si ibas promediando la docena de tostadas de golpe tanta sobriedad sorprende. Así que andás cagada de hambre, con un mal humor evidente y mirando los kioscos como si llegaras del Biafra.
Pero resistís. Volvés a ver a la maldita. Nada, todo igual.
Decís, voy a hacer actividad física, después de todo siempre me gustó bailar. Te ponés a subir y bajar escaleras, pero al quinto escalón abandonas y vas corriendo a buscar el consuelo de un pancito con dulce de leche. Peorrrrr.
Una caída no es derrota. Te anotas en zumba o algún tipo de tortura similar. Las ves a las minas, de 25-30 años, porsupu, vestidas de escasísimos mini shorts, remeras flúo, con la sonrisa Colgate que te desafía y pensás: si ellas pudieron, yo también.
A los diez minutos parece que te hubiera pasado un tren por arriba. Sos un compendio de sudor y hedor, los pelos pegados, te duele hasta el apellido, no sabés si no se te rompió la calza para focas que te compraste, nos sabés donde tenés los pies ni la cabeza.
Ellas, divinas, apenas un brillo en la frente, olvidáte que se les pegue la remera o algo así. Y es que, si así fuera, también les quedaría bien.
En fin, Dios no te da una cruz que no puedas llevar, oí por ahí. Veremos en el verano si uso malla dos piezas y directamente una sotana.