| |

Crónica de mudanza

Sábado. Calor de 32 grados. Me disponía a migrar con mi prole a lo de mi amiga María que tiene pileta. Resulta que tiene la particularidad de medir 1,75 y ser grandota, además de salir con hombres de 1,65 en puntas de pie. Resultado, en vez de asumir que le gustan los bajitos porque que tendrá ese petizo, y con él es feliz, la ves agachándose en todas las fotos como para disimular la diferencia de estatura. En estas cavilaciones estaba cuando me llega el mensaje de Sol “Rosa, (nadie me dice Rosa desde que dejé la primaria) ¿me ayudas con los muebles que el lunes viene el pulidor?”

Sol y María son mis amigas desde los 9, nos casamos aproximadamente a la misma edad, nuestros retoños cumplen con escasos meses de diferencia y obviamente nos separamos el mismo año. Ahora las tres solas, nos apoyamos en nuestros vaivenes de mujer sola y empoderada que puede con el mundo, pero quisiera que viniera su papá o su mamá a resolverle las cosas un ratito.

Allá voy al rescate, como si con mis escasos (si escasos dije) 58 pudiera mover aparadores. Llego y la encuentro a la Sol como navío a la deriva. Iba de un lado a otro de su precioso departamento de paredes curvas no sabiendo por dónde empezar. Nos ponemos a trabajar juntando chirimbolos, chiches, corpiños, libros varios, etc. Todo junto y en ese orden fue a parar a la sala. Tanta porquería compra una pensando alegrarle la vida a los hijos para que terminen incompletas en un rincón y estorbando.

Y llego la hora de mover los muebles por su precioso departamento de paredes bombé. Lo que puteamos entre las dos para sacar las malditas estanterías por pasillos semicirculares (¿les comenté que tenía paredes curvas?) de 0,80 donde ningún tramo de muro era paralelo, no tiene nombre ni apellido. ¿Qué paso con esas casas chorizo de puertas ventanas generosas? Ah sí, se tiraron abajo en nombre de la modernidad.

Ni hablar cuando hubo que desarmar las camas. «Sol, traéme llaves alem,» le digo. Y ahí llega el gran momento de depresión de la separada. Es cuando va a buscar lo que quedó de la cuantiosa colección de herramientas que el ex-quía se llevó. Tristemente una constata que no te dejo ni un martillo de los ocho que tenía ni un Phillips como la gente de los 16 de su haber. Resignada te pones a revolver blasfemando en el cajón de los cubiertos en busca de un cuchillo » que se la banque». Tantas horas pasadas en un Easy para terminar haciendo mierda el cuchillo de enmantecar de la abuela.

En fin, no pudimos con las camas porque entenderán que por más que se la banque, ningún cuchillo puede suplir una llave alem. Evidentemente. Fuera de ese traspié nos sentamos con los pies reventados y los pelos hecho un asco, chivadas cual colectiveros de los viejos tiempos, pero habiendo desarmado casi todo en dos horas y evitando el monótono » ¡Gordaaa! ¿Gordaaaaa???? ¿Dónde va esto?». Como si una naciera sabiendo….

Otros escritos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *