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Crónica de Marina

Mi amiga Marina me wazzapea compungida: » no sé qué hacer, quiero verlo ¡pero no lo quiero invadir! ¿Y si lo molesto? ¿Y si no quiere? Y el fulminante » ¿qué hago?».

Y sí, mi amiga, muy a pesar suyo, se había enamorado. Y como es muy inteligente se enamoró como toda mujer inteligente: se volvió la peor de las estúpidas.

El fulano, estoy segura, no tenía ni idea de las angustias, idas y venidas, dos mil probadas de tanga y tanteo de cola (a ver si aceptable) que mi amiga hacia cada vez que lo veía. Era un chabón normal, de buena madera que debía mirarla como a un extraterrestre cada vez que le agarraba un ataque de pelotudez.

Era tal su malestar que la llamé.» ¿qué pasó?» Sepan lo, hombres, la conexión de una mujer con sus mejores amigas superará siempre cualquier entendimiento masculino, y se basa en el mutuo soportarse en estos momentos. ¿Carencias afectivas? ¡De todos los colores!

Entre sollozos explicó el gran crimen del fulano. Resulta ser que el muy desgraciado no demostró el desbordante interés en verla que ella esperaba. Por lo tanto, su vida era un abismo de soledad y despecho y él debía morir en la horca.

Ella: ¿dejo pasar unos días? ¿Lo llamo? Veníamos así analizando, sopesando y disecando cada silencio y cada palabra del fulano. Si las orejas no le ardían era por un milagro del espíritu santo.

Yo sufría con ella (las mujeres sufrimos unas con otras, es empatía) cuando le pregunto:

«Pero que fue lo último que te dijo?

– Hasta luego…»

En mi mente se hizo la luz:

-Nena, no lo vuelvas loco al pobre fulano, decile simplemente «¿querés que vaya a verte? Y si dice que sí, vas.

– ¿te parece?

Y así fue, a veces las cosas son mucho más sencillas de lo que nos parece…

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