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Divorcios

Pocas veces mi madre expresó algún tipo de admiración por algo que yo hubiera hecho. Recuerdo que cuando terminé la licenciatura en la Sorbona, me miró y dijo,

—Quien lo hubiera dicho, te recibiste en la Sorbona.

Y eso fue todo.

Sin embargo, la noche anterior a la caída que devino en su muerte, estaba reunida con una pareja de amigos, Vicky y su pareja. Unos años más tarde me crucé en una marcha a Vicky y ella me dijo:

—Tu mamá estaba muy orgullosa de vos.

—¿De mí?????

—Sí, nos dijo la última vez que la ví: “Ella si tuvo la fuerza de separarse, ella sí”. ¿Qué quiso decir?

Entonces una lágrima asomó por mis ojos, porque inmediatamente entendí a lo que se refería.

Cuando yo me separé, en 2014, del padre de mis hijos tras doce años de sostenimiento de la pareja contra viento y marea, fui a contarle a mi madre con el alma desgarrada y un sabor amargo a fracaso. Su respuesta fue contundente e inapelable:

—Jodete por haber elegido mal.

No quise decir más nada, estaba claro que no iba a encontrar ningún tipo de amparo en ella y tomé las riendas de mi vida con la certeza de que solo podía contar conmigo misma. Aunque esto no fue del todo cierto y posteriormente recibí ayuda de diferentes formas de otras personas, a veces las que menos uno imagina.

Me separé, como había sostenido la pareja, contra viento y marea. Yo que era egresada de la Sorbona, había sido una empleada de alto rango en una automotriz, tenía que ponerme a vender sanguchitos por las oficinas del centro, aceptar cualquier tipo de trabajo que me ofrecieran, apechugar cuando el padre de mis hijos no hacía honor a sus obligaciones alimentarias y hacer malabares para retirar a los tres chicos de distintas escuelas en el mismo horario.

No volví a mencionar nada del tema en ninguna de las veces que la ví, porque no hubiera servido de nada.

Mi madre había querido ir a la universidad, pero eso era impensable en 1947, ya que era todavía paga. Mi abuela Clotilde que era analfabeta había logrado con sumo orgullo que sus hijas Porota, Juanita, Eha y Esther se recibieran en el Normal 1, mientras que los varones, Uco y Tito trabajaron entre los nacientes colectivos desde chicos. Pero no se le podía pagar la universidad a nadie.

Mi mamá entonces se casó con el novio del barrio. Ellos se conocían desde chicos, eran vecinos, iban juntos al club Meridiano V todos los sábados a bailar tango. A los 18 de ella y 23 de él, se casaron y enseguida llego el primero de los tres hijos, Pablo Daniel, luego Marcelo, luego Rafael.

Durante varios años crió a sus hijos mientras trabajaba de maestra en la escuela 42. El, Pablo Celiar Tello, trabajaba en los frigoríficos Swift y en el diario El Día, donde empezó como empleado. Él era anarquista, pero también un hombre de 1925 con una mamá italiana que se desvivía por su familia y que concebía que el lugar de una mujer era en la cocina.

—Acarreando mate, como decía mi mamá. Ella me decía que las mujeres de esa época, si no hacían nada, acarreaban la pava y el mate de un lado al otro siguiendo los pasos del marido, lo que le provocaba accesos de furia.

Aproximadamente para los 25 años de mi madre, es decir en el 55, se fueron a 25 de mayo. Ese pueblo, que había inaugurado su padre, el gringo Biscayart, porque cuando se inauguraba una estación de tren, era como el acto fundacional del pueblo, era un soponcio para ella. Lo odiaba con todo su ser. Sobre todo, cuando tenía que ir en sulky durante varias leguas a la escuela donde trabajaba. Detestaba cada momento, y pasó ese tiempo leyendo frenéticamente todo lo que caía en sus manos, enfrascada en sus lecturas, sentada al lado de la ventana.

Mientras, los tres varones y el marido iban a pescar, montaban a caballo, andaban por el monte, y atesoraban momentos felices en el campo.

El desgaste fue tal que terminaron volviendo a La Plata por el 58 con la pareja y la salud nerviosa de Esther pendiendo de un hilo. Fueron los compañeros de militancia, según me dijo mi madre, que le hicieron ver a Pablo que la inteligencia de ella daba para más que maestrita y fregona.

Y entonces apareció él. El Vasco Ochoa, un estudiante del interior que estaba cursando medicina. El flechazo fue fulminante, de ambas partes. Todos, inclusive Pablo, se daban cuenta de que cuando se cruzaban esos dos, el aire echaba chispas. Durante un par de años Pablo y ella estuvieron a nada de separarse, pero todo el entorno de mamá hacía presión de todas las formas posibles para que no sucediera.

Incluso mi abuela Clotilde se opuso, cosa que era más llamativa, porque ella había querido separarse de mi abuelo allá por el año 20 cuando descubrió que la guampeaba con alguna de la estancia. Debió pesarle mucho tiempo ser la chinita que se fue con el gringo y quedarse sin opciones ante las puertas cerradas.

Finalmente, el vasco se graduó de médico en 1960, se volvió a Bahía Blanca y no tuvieron más noticias uno del otro más que por medio de otras personas. Mi madre optó/negoció por prepararse al concurso de inspectora, fue a la facultad a cursar psicología por el 60, estudió como si no hubiera un mañana y aprobó el concurso a la temprana edad de los 32 años.

En esos cruces kármicos de caminos, 7 años después, mi madre quedó viuda. Pablo, además de su trabajo de auditor, había entrado como periodista en el Diario El día donde fue secretario de redacción hasta su muerte en un trágico accidente yendo a hacer una cobertura en 1969. Ella no lloró, pero en su tristeza muda mezclada con rabia y ya sin rencores cubrió su féretro de las petunias multicolores de su jardín.

Cuando su tiempo de duelo terminó, se acordó del Vasco Ochoa. Los hijos ya eran jóvenes, ella estaba establecida como Inspectora de La Plata, Berisso y Ensenada. Como solía hacer, se decidió en un arranque intempestivo, un día de sol se subió sin valija y sin previo aviso al tren que la llevó a Bahía Blanca en busca de su viejo amor. Se presentó sin avisar en el hospital donde él ahora era un prestigioso médico y le dijo a la enfermera que se encargaba de los turnos:

—Dígale que vino a verlo la flaca Esther.

Cuando él pudo desocuparse se fueron a un café y tuvieron la conversación quizás más dolorosa que a ella le tocó atravesar. Él le contaba de sus autos deportivos, su coto de caza, sus propiedades, su amor por el campo, su empedernida soltería. Ella guardaba silencio. Ella supo inmediatamente que aquella ventana del destino en que podrían haber estado juntos ya se había cerrado. Ella ni loca volvería al campo, él ni de chiste iba abandonar su posición y su holgura en Bahía Blanca.

En un momento ella le preguntó:

—Esta es tu vida ahora?

—Sí, dijo él, en un susurro.

Ella sacó la billetera y le mostró el interior: las fotos de sus hijos, ya grandes.

—Esa es tu vida ahora, le dijo él.

—Sí, dijo ella, y se despidieron. El después se casó y fundó su familia.

Pasaron muchísimos más años, dictadura, exilios, vuelta a la democracia, los liberales años 90, las crisis de los 2000. En la última visita mía, en el 2015, ella me cuenta esta historia.

—¿Y no supiste más nada de él? le pregunté.

—No, me dice ella. Agarro mi teléfono y pongo los datos rápidamente en el motor de búsqueda, y al fin le digo:

—Acá dice que falleció en 2011, en un accidente.

—¿En serio? Me dijo, le mostré la foto del artículo, y a pesar de que habían pasado 40 años lo reconoció. Palideció inmediatamente, y se fue a su pieza mascullando frases incomprensibles. No pensé que iba afectarla tanto después de tanto tiempo.

Pero esa noche, con la certeza de que su amor ya no podría volver de ninguna forma, ella dimensionó verdaderamente que batallas había perdido y en cuales se había dejado ganar, que no es lo mismo. Y por eso, cuando se despedía de mí, expresó:

—Cuando uno llega a mi edad, uno se da cuenta de cuál fue su verdadero amor, y no es el que todo el mundo piensa, sino el que queda todavía en el recuerdo a pesar de tanto tiempo. El mío fue el Vasco Ochoa.

Después que yo me fui, llegó Vicky. 50 años después de aquella conversación entre ella y El Vasco, el desencuentro fue permanente. Quizás necesitó entender esa pérdida para dimensionar las batallas ganadas, como puede serlo un divorcio.

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