PLATANOS
Estoy llegando a la estación de trenes de La Plata, es una estructura color crema con una cúpula de gajos verde inglés azulejados. Hace frío en este mes de agosto. Hay que pasar agosto, dicen en el campo, cuando el piso escarchado y la humedad te cala los huesos. Cuando llueve en agosto es peor que el frío, los goterones te caen encima como puñales helados. Pero hoy está sólo un poco nublado, en este amanecer de domingo y está previsto que despeje a media mañana.
Atravieso el hall desierto con mi bicicleta y me dirijo a la ventanilla, un empleado malhumorado y ojeroso me da un boleto para el tren de las 7.00 h. Quiero llegar a las 9.00 a Palermo, a la apertura del Jardín Botánico, antes de que se llene de gente. Subo al andén y al tren por el vagón de las bicicletas. La cuelgo del soporte donde oscila, colgada de los caños, como una extraña criatura de metal en las ramas de un árbol.
Avanzo y me siento, en el vagón desierto, me acomodo al lado de la ventanilla, en el sentido de la marcha y me dispongo a leer.
El tren arranca. Pasamos Tolosa y sigue. El viaje es largo, así que me hundo en la lectura. En la estación siguiente, oigo la puerta del vagón cerca mío, y siento el frío de la mañana. Entra una mujer, con una bicicleta, la cuelga del soporte, al lado de la mía y viene a sentarse enfrente mío.
-¿Tenés fuego? Me pregunta.
-No fumo, le contesto sin levantar la vista de mi libro. El tren arranca y dejamos atrás City Bell.
Ella, con el cigarrillo apagado entre los dedos, insiste con la mirada. La miro, al fin, es una mujer de mi estatura, pero más menuda que yo. Me molesta que me interrumpa en mi lectura, mi silencio y mi viaje. La mujer me mira fijamente y pregunta:
-¿Nos conocemos?
-No creo, le digo, fastidiada. Mira hacia la ventana y gira su aro en su oreja en un gesto que reconozco inmediatamente. Es Berenice Sandoval, siempre jugaba con su aro de esa manera. Íbamos a la secundaria juntas. Sí, me acuerdo.
“Qué asco, te sentás en el piso.” “No te sentés acá, esto es para gente limpia”. “No le pasen la tarea, seguro les ensucia el cuaderno”.
Sí, me acuerdo. Todas esas frases se agolpan en mi cabeza. Siento latir las venas de mi frente y me sudan las manos. La miro de nuevo, de reojo. Si, es ella. Me siento petrificada, igual que cuando se burlaba de mí.
Miro discretamente a mi alrededor y veo que estamos solas. ¿Y si…? Pienso un momento.
-Ah, pero sí, le digo con tono amable, ¿vos no sos la prima de Betiana? Berenice se gira hacia mí, sorprendida.
-Sí, me dice.
-Fuiste al Normal Uno, pregunto con una sonrisa. Berenice revuelve en su memoria, pero no me ubica, y veo su cerebro exprimirse en busca de un recuerdo.
– ¿Cómo está Betiana? La distraigo.
– Bien, fue mamá el año pasado.
– ¿Vos sos? Le pregunto para desorientarla más.
-Berenice, me contesta. ¿Vos eras?
– Joana, miento. Me levanto sin dejar de mirarla y ella me sigue, la vista clavada en mí. Ella también se levanta, como hipnotizada, dejando su bolso en el asiento, cuando anuncian estación Pereyra.
-Vos ibas al 5to D, con Abigail Manzanares. Voy acercándome a la puerta y ella me sigue intrigada.
-Sí, ¿cómo te acordás de eso?
-Porque yo iba al mismo turno, y me paro frente a la puerta. Se me reseca la boca, y mi corazón se acelera. Miro fijamente el botón de abertura de emergencia. Es redondo y rojo y me atrae como un imán, mientras la sacudida del tren nos hace balancear de un lado a otro.
-Pero… Betiana iba a la mañana.
-Yo iba al mismo salón que vos, le digo. ¿No te acordás de mí?
Berenice me escruta con la mirada, entonces me sube por la garganta una risa incontenible y salvaje.
-¿María? Me dice. Aprieto con fuerza el botón de emergencia y la empujo al vacío mientras se oye
– ¡Nooo…! y el ruido de su cuerpo cayéndose por la última puerta del último vagón, a las vías electrificadas.
El tren sigue su curso y empieza a clarear sobre la estación desierta de Plátanos. Los techos verde inglés y los cables de acero se empiezan a distinguir sobre el fondo gris del cielo. Vuelvo a mi asiento, y miro como oscilan las dos bicicletas, como cuerpos inertes colgando de las ramas.