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Mi mama se llamaba Maria Esther Biscayart de Tello. Presente. Dicen que cuando nació gritó muy fuerte. Le decían Esther, La Flaca, La Vasca, Madre de Plaza de Mayo. Para mí era mamá. El recuerdo más lejano que tengo es el de sus manos haciéndome una grulla con el papel de los cigarrillos. Debíamos estar en alguna reunión de tantas. Y el sabor del fondo de café que me dejaba robarle con mucho azúcar.
No se puede decir que era una mamá del montón. Mamá no te cantaba «arroz con leche, me quiero casar», mamá te cantaba “andaluces de jaén”, mamá no te cantaba «buenos días su señoría, matantirulirulá». mamá te cantaba «que los pobres coman pan, y los ricos mierda mierda» Atípica? Claramente.
También era mamá de Pablo Daniel Tello, Marcelo Rodolfo Tello y Rafael Arnaldo Tello, presentes. La ausencia de mis hermanos siempre fue un dolor constante que no cejaba ni en los mejores momentos. No se puede decir que me dio mucha contención, y por eso nunca me puso techo. Nunca me dijo lo que tenía que hacer. Tenía sus prejuicios, como toda mujer del 1930 pero supo no transmitírmelos y se quedaron en ella.
Por todo eso yo me hice muy distinta, y yo veía que me miraba, como ahora me toca mirar a mis hijos, como con ganas de decir: Tan libre ibas a ser ? Nunca ibas a hacer lo que yo suponía y esperaba?
El día que se cayó, con el mareo del golpe empezó a hablar para si. “ella tiene mi carácter y mi inteligencia, pero con la sensibilidad del padre”. La pucha, no, ¿qué mejor regalo te puede dar semejante madre que reconocer lo mejor de ella en uno? Yo creo que tenemos que reconocer la huella de su ejemplo: la determinación, la claridad de análisis, la constancia. Y saber que más importante que una ideología esta un vínculo, y más importante que tener razón es seguir conversando.
Cuando vino el médico a anunciarme que se había ido luego de tres paros la misma mañana, lloraba. “Nunca vi a nadie que se aferre tanto a la vida” me dijo. Porque ella era así, nació, vivió y murió luchando.