Por qué escribo
A veces me preguntan por qué no escribo más seguido. Tengo mucho que decir/escribir, indudablemente.
De muchacha me pronosticaron, con una batería de test vocacionales, que iba a ser docente de letras.
-¿Docente yo? Dije: ¿ni a palos!!!
¡Mamá inspectora de escuela, tías directoras, profesoras y maestras, bisabuelo profesor de piano… pffff!
Vengo de línea directa de la rama educativa, hija, nieta y bisnieta de docentes, y como me gusta andar por caminos escarpados de cabra hice cualquier otra cosa menos lo que me predijeron.
Pasados los 35, lo acepté, es verdad, tengo vocación docente. Enseñar, especialmente a adultos, me encanta. No de letras, sino de historia, pero bueh, no vamos a pichulear. Al fin y al cabo, cuarta generación de docentes y tan feliz.
El tema de las letras es harina de otro costal.
Yo escribo, sí. Con pasión, con urgencia. Escribir es una manera de condensar pensamientos o asentar vivencias en la memoria. Son incontables las cantidades de páginas garabateadas, cuadernos enteros, poemas, cuentos, novelitas. Durante años, escribía en el tren, en la cocina mientras hervían los fideos, en la plaza mientras jugaban los chicos, a las doce delante de la escuela o como en este momento, en la cola de un trámite. Siempre a la pasada.
Escribía de noche, escribo de día, con fibrón, con lapicera, en el celu, sobre una cuenta de supermercado, sobre un cuaderno bonito, sobre los cuadernos a medio llenar que dejaron mis hijos.
Escribía cuando las palabras se me salían por la boca, cual Juana de Arco asediada por voces. Todavía me pasa a veces que me despierto con el sonido de mi propia voz relatando una historia que no conozco. Escribí algunas glosas para mi murga, Los Endiablados, y algún que otro verso que andan diciendo todavía.
Escribía sobre mí porque cada ser humano es un mundo donde caben todos los mundos. Eso sí, me rehusaba a posponer la vida por escribir, porque si llegaba visita o me necesitaban mis seres queridos prefería dedicarles tiempo a los que estaban vivos y no a mis personajes de cuento.
Durante mucho tiempo, gente más o menos allegada me dijo: Vos que escribís tan lindo, vos que sabés explicar en un texto las cosas, etc. Eso que para mí era como caminar, había gente que lo valoraba y hasta admiraba. Cuando me separé, escribía en mi muro de Facebook para mis amigas, y a pedido de ellas crónicas de mi vida de reciente separada, y así salieron las “Crónicas Catárticas”
Pero desde hace un par de años lo acepté, quiero escribir como algo más que un hobby. Tuve que empezar por hacer una práctica constante de eso que hacía de a ratos y de forma descolgada. Tuve que estudiar, mucho, para mejorar, mucho también, lo que iba a mostrar.
Porque ahí estaba el quid de la cuestión. Si dejaba de ser un hobby, iba a tener que mostrar lo que escribía.
Una vez escrito lo que te sube por las tripas, se juegan inseguridades varias, empezando por la referencia de los padres. Me acuerdo que una vez, de adolescente escribí un poema y lo pinché con chinches en la pared de mi mesa de estudio. Mi mamá lo leyó y lo elogió. Ella era particularmente sensible a la poesía y declamaba Lorca de memoria con toda su vocación de actriz frustrada. Yo no, escribía para mí, entonces le dije:
-No lo escribí para vos.
Horrible, lo sé. Era aborrescente en ese momento, y aparte de mal manejar el miedo a que también por lo que escribía me rechazara, por las dudas le cerré esa puerta. Yo sé hoy que le hubiera encantado leer cosas mías. A mi papá más aún, que me quería convencer de hacer un disco cantando sus canciones. Nunca canté una canción de él, de hecho, no me sé ninguna. Ni siquiera el Bailongo de Alcasotro, que escribió a pedido de mi mamá, o Al Compañero Luis, o A la mamá Juana.
Hernán Casciari contaba que de su padre no era lector, y que eso podía haberle dificultado el inicio de su arte y oficio.
A mí me dificultó que ellos fueran grandes lectores y escritores, no es casualidad que ahora que llevan 23 años de fallecido uno y 10 años de fallecida la otra, por fin me atreva a publicar todo esto. Tantas veces me habían dejado en espera que fue un puente que no supe/pude/quise tender.
Fue un largo proceso de algunos años, porque salir a la luz con nuestra propia vulnerabilidad por delante es una batalla para la que cuesta mucho prepararse y decidirse.
Hoy estoy todavía aprendiendo, y con mucho esfuerzo, desde lo técnico de cómo usar una red social y las infinitas aplicaciones necesarias para llevarlo a cabo, hasta a trabajar la calidad del relato. Además, estoy explorando diferentes géneros y cada uno representa desafíos, por lo que me queda mucho por hacer.
Por eso empecé a publicar en mi página. Hay que empezar y después se irá viendo, se hace camino al andar, decía Machado.