Azul
“Amnesia infantil”, es el nombre con el que los científicos designan la ausencia de recuerdos antes de los 3 años de edad. Según varios estudios, el primer año es el de la memoria implícita, es decir que durante los primeros meses de vida los bebés sólo recuerdan sensaciones, olores y sonidos familiares. Después de los seis meses pueden desarrollar una memoria a corto plazo, y empezar a reconocer personas que son cercanas y rutinas.
Después del primer año aparece la memoria explícita y comienza a desarrollarse la memoria semántica, que le permite iniciarse en el lenguaje verbal. A los dos años comienza a emerger la memoria a largo plazo, y el bebé puede seguir el hilo de una historia corta.
Cuando busco en mi memoria la primera imagen que recuerdo, me veo a mi misma en una tina de baño. Recuerdo que la estoy mirando y es redonda, creo que de latón, como los fuentones de lavar la ropa. Es como el despertar de la conciencia, me miro en el fuentón, soy consciente de ser, y estar en el agua.
Hace frío, siento que se me eriza la piel y levanto la vista hacia la luz que entra a raudales por la ventana rectangular con cuatro secciones de vidrio. Es un día nublado, gris y frío. Bajo la mirada y veo una silla de madera, frente al fuentón, de un azul rotundo.
Miro más allá y veo una puerta que sé ser la puerta de calle, y al lado otra puerta que sé ser la puerta de la cocina. No sé como lo sé, pero estoy segura. Un poco más allá, la tercera puerta, blanca como las dos anteriores, da al baño.
Miro a mi alrededor y la habitación está vacía, con excepción de la silla azul y el fuentón.
Miro a mis espaldas y luego de una arcada rectangular veo la cama matrimonial, ahí está mi madre, tapada con una colcha, y mi padre, que llega del baño en pantalón y sin remera. Él con el pelo negro y bigote, ella pelirroja, ambos me sonríen, me dicen algo, los observo pero no digo nada. Sé que son papá y mamá, sé que estoy en el fuentón frente a la silla azul y el agua se ha enfriado. Pero no me salen las palabras. Todo está bañado en una luz grisácea, salvo el azul de la silla.
El recuerdo de ese momento es el de mi primer momento de decisión, ya que decido hacia dónde mirar.
Unos cuantos años más tarde, le cuento la escena a mi madre, con el detalle particular de las tres puertas. Mi madre grita ¿Cómo te acordás de ese departamento? Estuvimos unos meses, y nos fuimos de ahí cuando eras una beba, ¡no tenías ni dos años!
No sé cómo me acuerdo, misterios de la mente.
A los tres años, un niño comienza a desarrollarse la capacidad de observación, que usará en mayor o menor medida toda la vida en infinidad de áreas. Yo comencé el jardín de infantes con dos años y meses, y me acuerdo con mucha claridad del primer día de jardín, los chicos llorando, mi sensación de espanto, mi vestido marrón a cuadros Típico de la moda del 78).
Yo siempre viví como si estuviera en una pecera y viera al mundo con atención de pez dorado que no tiene nada más que mirar hacia afuera. Recuerdo como era el patio y la voz de la maestra retándome porque bailaba en el aula, en vez de escuchar el cuento que nos leía. Siento aún en mi cara el sol de mediodía en el otoño parisino, el olor de las castañas calientes de camino al jardín, el gato gris del negocio vecino a la casa que yo acariciaba cada mañana como preludio a una gatofilia incorregible que me acompaña desde siempre. Se fijó en mi memoria el dueño del gato, en la puerta del negocio que era una imprenta, y tenía los dedos manchados y un bigote de novela como para mimetizarse con su mascota.
Un poco mayor, de 4 o 5 años, recuerdo la plaza que en francés se llama «Square de la rue Trudaine» rodeado de rejas verdes y lleno de palomas grises ululantes que se precipitaban a la menor miga de pan que les tiraban. El vértigo de la calesita al pie del Montmartre y las grandes escaleras que teníamos que subir con todo visitante que venía a París hasta llegar al Sagrado Corazón, la basílica en la punta del cerro.
Vuelven a mi mente las coloridas telas del marché Saint Pierre y los negocios de ropa por kilo del boulevard Barbes, los afiches a cuadritos rosa chicle de Tati y el gentío, a la salida del trabajo. Vuelvo a ver a las prostitutas vestidas con todo tipo de ropa según que fantasía encarnasen; secretaria, muñeca, bimbo, rockera, etc. Todavía siento el movimiento del subte línea 6 subiendo al puente de Barbés Rochechouart.
No se cómo recuerdo todo eso, como es que sueño y no me gusta lo que estoy soñando y puedo reinsertarme y cambiar el sueño. Los sueños, como la memoria, son caprichosos. Como los talentos innatos. No sé, por ejemplo, si las 4 generaciones de músicos frustrados pueden o no explicar que me despierten regularmente melodías desconocidas en mis oídos.
Lo que sí sé, es que ese azul, el de la silla, el que estaba en mi primera decisión de hacia dónde mirar que yo recuerde, quedó impregnado en mi retina, ese azul es el primer color que recuerdo y de hecho fue mi favorito casi toda mi vida.